viernes, 18 de enero de 2013

Horrores y Lovecraft

Nunca olvidaré la impresión que me produjeron mis encuentros con la obra de Howard P. Lovecraft (1890–1937). Mi primer hallazgo fue su relato “Las ratas en las paredes”, que me dejó con un sobresalto continuo cada vez que escuchaba el menor crujido cerca de mí. Después leí “El color que cayó del cielo”, que me sumió en un estado de horrorizado éxtasis. Pero mi prueba de fuego fue “El llamado de Cthulhu”. Después de leerlo, pasé varias noches sin dormir. Por el día andaba como sonámbula, cabeceando en clases, porque el terror no me permitía cerrar los ojos de noche. Me pasaba las horas bajo la sábana, temblando de miedo y sospechando que había algo de cierto en esas espantosas criaturas que habían abandonado el reino sumergido de R’lyeh, donde se ocultaban desde hacía eones, como afirmaba un misterioso libro citado por Lovecraft: el Necronomicon, del árabe loco Abdul Alzhared. Por supuesto, empecé a buscar datos sobre el Necronomicon. Aunque sabía que el relato era ficción, por alguna razón pensaba que el libro era real y que Lovecraft se había basado en él para sus historias. Otro amigo de la secundaria donde yo estudiaba, que también había leído ese relato, andaba igualmente inmerso en la búsqueda del manuscrito. Visitamos varias veces la Biblioteca Nacional para revisar las gavetas llenas de fichas. Preguntamos a las bibliotecarias, que sabían menos aún que nosotros. Jamás habían oído hablar de semejante libro y, cuando les explicábamos de qué se trataba, ponían caras de preocupación y otras expresiones que no podíamos clasificar. Al final, mi amigo y yo concluímos que quizás el Necronomicon era una obra demasiado extraña ―y con «problemas ideológicos», debido a su naturaleza metafísica y ocultista― para que le permitieran figurar allí. Tuvieron que pasar muchos años para que me convenciera de que todo era invención de Lovecraft, aunque antes tropecé con muchos otros adolescentes que también andaban a la caza del libro maldito. Esa es la maravilla del universo que puede crear un maestro como Lovecraft, capaz de convencernos sobre la posibilidad de lo imposible. No es de extrañar que terminara siendo uno de los escritores que más me influyera, no por el uso de los temas, sino por la utilización de los sentidos al elaborar una historia de ficción. Fue también uno de los que más enigmas me dejó cuando quise entender cómo lograba atrapar a sus lectores. Con poco más de 100 páginas, este es un excelente ensayo literario sobre Lovecraft. Hace unos días terminé de leer un ensayo titulado H.P. Lovecraft: Against the World, Against Life, del escritor francés Michel Houellebecq, que me ha llevado a reevaluar la obra de ese autor imprescindible para todo amante del género fantástico. El ensayo analiza el fenómeno Lovecraft tanto en su aspecto personal como literario. En el primer caso, explora los extremos de su fascinante personalidad, incluyendo su desprecio por el dinero, el comercialismo y el sexo en cualquiera de sus formas. Y en el segundo, los recursos que manejó (al parecer de manera inconsciente) para conseguir ese horror que sigue atrayendo al lector contemporáneo. La personalidad de Lovecraft estuvo tan llena de contradicciones como su obra. Aunque mantenía una actitud de “superioridad aristocrática” frente a la sociedad, también se destacó por su extremada cortesía, su bondad y su gran altruismo. Por otro lado, aunque era un creyente convencido, su obra es de un materialismo filosófico pavoroso. Houellebecq señala la presencia de cierta actitud racista en el escritor, pero no me parece que se trate de un racismo convencional. Su aparente xenofobia puede ser más un asunto biológico, un miedo hacia otras especies alienígenas. Al menos, es lo que pienso. Sin embargo, se trata de un aspecto aún abierto a debate. Resulta especialmente revelador el capítulo donde indaga en su vida matrimonial con Sonia Haft Green, siete años mayor que él, y que al parecer fue la única mujer con la que mantuvo relaciones sexuales. Por lo visto, se trató de un matrimonio al cual el escritor se dejó arrastrar por la energía y la iniciativa de una mujer muy independiente. Aunque él ya había escrito algunos relatos, su verdadera personalidad literaria se inició durante esa etapa con “El llamado de Cthulhu”, uno de los llamados grandes textos del autor, integrados además por “El color que cayó del cielo”, “El horror de Dunwich”, “El que susurra en la oscuridad”, “En las montañas de la locura”, “Los sueños en la Casa de la Bruja”, “La sombra sobre Innsmouth” y “La sombra del tiempo”. Aunque Lovecraft escribió otros cuentos, solo o en colaboración con varios autores, estos relatos largos (más bien noveletas) constituyen su legado más sobresaliente, según el ensayista, ya que en ellos se encuentra el grueso de su mitología. Sonia Haft Green y H. P. Lovecraft, en 1924. En medio de esa eclosión creativa, se produjo el fracaso de su matrimonio que dio al traste con las posibilidades de un Lovecraft diferente, que conoció la felicidad durante un breve período antes de volver a hundirse en la melancolía que lo caracterizó siempre. Dado su desprecio por el dinero y su aparente apatía por las relaciones sexuales, no debería extrañarnos que en sus relatos no aparezca nada relacionado con esos dos temas, sin los cuales, según el ensayista, resulta prácticamente imposible escribir literatura de ficción. Y realmente, por más que lo pienso, no me viene a la mente ninguna obra literaria donde los personajes no estén dentro de una posición o rango social determinados, como elementos que guían sus pasos e influyen en su personalidad y sus acciones. Tampoco he podido encontrar ―y si existe, debe ser una excepción― alguna historia contemporánea de ficción donde el sexo en cualquiera de sus variantes (desde las relaciones más castas hasta el erotismo más subido) no aparezca de una u otra manera. Como hace notar Houellebecq, ninguno de esos temas existe en la obra de Lovecraft, quien ni siquiera se molesta en esbozar cuál es la situación económica de sus personajes, de qué viven o cómo se las arreglan para tener el dinero que les permite viajar de un lado a otro. A lo sumo, alguna vez aparece una pincelada al respecto. Nada más. Lovecraft en 1914. Aunque el ensayo no lo menciona, hay que señalar que en el universo de Lovecraft tampoco aparece un elemento casi obligado en toda obra de horror: el mundo espiritual con su eterna dicotomía entre el Bien y el Mal (Dios versus Satanás). Tal vez por eso su literatura haya sido calificada de «horror materialista» por algunos. Lo cierto es que en ella no hay ningún Deus ex machina que pueda salvar a sus protagonistas de los horrores preternaturales del universo. No existe un Dios ―y tampoco un demonio― cuyas fuerzas puedan medirse para dejarnos la esperanza de un desenlace feliz. Houellebecq da respuestas a una buena cantidad de preguntas sobre la maestría de Lovecraft para conseguir ese horror absoluto que llena de gozo a sus lectores. Por supuesto, las respuestas halladas dentro de esta vivisección no bastan para que alguien pueda repetir el embrujo de este genio. Conocer que Lovecraft rompió con muchas convenciones literarias para crear esos textos terroríficamente atractivos, no hace más que acrecentar la grandeza de su talento, que logró horrores tan inasibles que ni siquiera el cine se ha atrevido a duplicar hasta el momento.

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